martes, 1 de agosto de 2017

Decorando con palabras #4


¡Feliz Martes! No hay que ser un genio para ver que me he retrasado unos días con la entrada, pero ya sabemos que las musas aparecen cuando quieren y que a veces los horarios a los que tenemos que ajustarnos a diario no ayudan mucho a que estas acudan. Como siempre recordad que esta sección la hago junto el blog Galería de una desconocida, por lo que no olvidéis pasaros por ahí para ver otros puntos de vista de la misma imagen. Espero que os guste y haya merecido la pena la espera :)






Y, ante todo, que tengas dulces sueños. 


-Que tengas dulces sueños, cariño.-dijo la madre mientras arropaba a su hija que se encontraba tendida en su sencilla cama color turquesa. Se inclinó para apagar la lámpara que iluminaba la estancia con una luz anaranjada con la promesa siempre en mente de que dejaría la luz del pasillo encendida para que la pequeña Emily no se encontrase a oscuras. Pero justo antes de darle al interruptor la niña por fin habló, tras tres días llenos de obstinado silencio por la marcha de su hermano mayor.

-Madre, ¿cuándo va a volver? Echo de menos que juegue conmigo y además aún tenemos a la mitad el puzle que empezamos esta semana. Él me prometió que lo íbamos a terminar juntos…- Diane, sin poder devolverle la mirada, se centraba únicamente en que sus ojos no se humedecieran mientras, con la voz colmada y susurrante, respondía: - Conejito, tu hermano me dijo antes de irse que confiaba en que tú pudieses completarlo sola porque eres una chica muy lista y él no puede volver ahora mismo.-

Los ojos de Emily rebosaban la cabezonería propia de un niño que no llega a entender del todo pero que sabe que no ha obtenido la respuesta que esperaba. Su madre, aún sentada en el lateral de la cama, rezaba por dentro para que no hubiese más preguntas, al menos no más por esa noche. El día ya se había hecho lo bastante duro, no había momento que no estuviese lleno de una tensión digna de acabar con la poca cordura que le quedaba. Su día se basaba en mirar al cielo rogando porque no hubiese sobrevolando una bomba sobre sus cabezas, y en mirar los titulares de los periódicos para ver cuál era el estado de las tropas británicas entre las que ahora se hallaba su hijo. Le cogió la mano a la niña y, justo antes de apagar la luz, echó un rápido vistazo al calendario que colgaba de la pared y que, con letras gruesas y curvas, avisaba de que era 14 de agosto de 1940: un día más sobrevivido, un día menos al que hacer frente.

Emily, abrazada a su pelirroja muñeca de trapo, bostezó y momento seguido notó cómo sus ojos desprendían dos gruesas lágrimas por ello. Por supuesto que la contestación que le había ofrecido no le había parecido suficiente pero, aún así, llevada por el cansancio y con el cuento que le había leído su madre minutos antes aún en mente, decidió que podía retomar el tema mañana al despertarse. Fue así cómo, con la cabeza hundida en la mullida almohada y las manos reunidas bajo su mejilla, la pequeña Emily empezó a soñar.


Lo primero que pudo observar eran los zapatos rosa pálido que adornaban sus pies, nunca había visto unos tan bonitos. Un pequeño botón con forma de florecilla se encontraba en un lateral del zapato uniendo a este la fina tira trenzada que hacía que el calzado se mantuviese sujeto al diminuto pie. Ataviada con su vestido favorito y su muñeca entre las manos, Emily alzó la vista para ver todo aquello que la rodeaba. A su izquierda se encontraba un lago lleno de cisnes sacado del cuento que le había leído su madre esa noche. Pero lo que más le sorprendía eran los árboles que, en ambos lados, decoraban el sendero sobre el que comenzó a caminar. Estos desprendían pequeños pétalos rosas y, aunque ella no había visto nunca uno en persona, sabía de su existencia gracias a todas las experiencias que su vecina les contaba sobre su vivencia en el extranjero.

Tras un pequeño paseo en el que se cruzó desde su amiga del colegio Abi hasta aquel gato atigrado que siempre la observaba cuando saltaba a la comba en el parque trasero de su casa, Emily optó por descansar en un viejo banco. Junto a ella sentó a su muñeca Carol y fue entonces cuando él apareció. Engalanado con un impecable traje digno de los más altos mandatarios de la época y con un sombrero de copa, frente a ella se encontraba su querido Johnny.

-¡Hermanito!- gritó Emily mientras se abalanzaba hacia él y le rodeaba el cuello con sus cortos brazos. La niña derrochaba alegría, ¡por fin estaba de vuelta! ¡por fin todo volvería a la normalidad y estos tres últimos días no serían más que un mal recuerdo que olvidaría con el tiempo! John, sonriente por la bienvenida que le había dado su hermana, se quitó el sombrero de copa y se sentó junto a ella con la muñeca en el regazo para poder hacerse sitio. Fue entonces cuando llegó la batería de preguntas más temida y esperada: -¿Dónde has estado? No te vas a volver a ir, ¿verdad? Quiero que sepas que no he tocado el puzle, que he esperado a que regresaras. Sabía que lo ibas a hacer.- dijo mientras le enseñaba su sonrisa mellada.

-Conejito,  he estado en Nueva York trabajando como abogado y, como puedes ver, me está yendo de maravilla. Tienes que entender que ahora mismo no puedo volver pero que en un futuro lo haré y te traeré todos los puzles y muñecas que quieras.- afirmó John mientras le cogía una mano a la vez que con la otra le tiraba de una de las trenzas que decoraban su cabello.

-Pero, ¿por qué no estar con nosotros? Yo quiero estar contigo- respondió Emily al borde de las lágrimas.

-Voy a seguir estando contigo. Siempre que quieras verme no tienes más que pedirlo y yo estaré aquí para ti. Quiero que termines el puzle que te regalé y me demuestres lo bien que puedes llegar a hacerlo estando sola.- respondió con una mirada iluminada, llena de un orgullo que ya declaraba que no le hacía falta que su hermana hiciese nada para saber que era lo suficientemente fuerte y valiente para superarlo todo. –Y ahora, para recompensarte, te voy a comprar uno de esos polos que tanto te gustan. Recuerda que no le puedes decir nada a madre o nos regañará, ¿de acuerdo?-.

Emily, sentada en el banco y con sus pies colgando en el aire debido a su baja estatura, vio cómo su hermano se levantaba y dejaba tras él su sombrero de copa que estaba siendo rodeado por los finos y curvados pétalos que parecían caer de todos lados. Y fue así, mientras veía la figura de su hermano hacerse más y más diminuta, cuando Emily abrió los ojos.


Notando la fuerza con la que abrazaba su muñeca, relajó sus brazos hasta que descubrió que su madre estaba dormida junto a ella, hecha un ovillo y todavía con las mejillas empapadas y los ojos hinchados. De esa forma Emily comprendió que, aunque no era más que un sueño, intentaría mantenerlo vivo el mayor tiempo posible por ella, por su hermano y por su madre. Porque era más fácil vivir en esa burbuja viendo la realidad difuminada antes que dejar que esta le explotase en plena cara. 

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