Titubeas, siempre hay un momento de duda. Lo piensas, cuentas
en tu mente hasta tres y simplemente dejas que fluya. “Felicidades, lo has
hecho.” –piensas- “Te has abierto a esa persona." A partir de ese momento los
ritmos se aceleran esperando una respuesta (sabes que no todo el mundo puede
comprenderlo, que no todo el mundo sabe o quiere hacerlo) pero no pierdes la
esperanza de que esta persona sea una de las pocas elegidas, de aquellas que están dispuestas a volverse vulnerables para sostener por un tiempo parte de tu dolor y hacerlo todo más sencillo. Todo comienza de una forma insulsa y de repente los rumbos
han cambiado, la brújula ha mostrado una guía nueva a la que te puedes agarrar.
Desaparece el miedo: esa persona te hace sentir cómoda y válida; te hace sentir
que quizás valió la pena esperar a que llegase ella.
Porque no nos engañemos, las conversaciones que sanan surgen
con personas que alivian, miman y cuidan esas heridas a las que tú solo sabes
echar sal. Es justo ese momento en el que te das cuenta de que quizás no tengas
que hacerlo todo solo, que a veces está bien abrirse, dejar las heridas reposar
y que, como heridas que son, duelan pero hagan algo más; avancen, vayan sanando
poco a poco y acaben dejando una cicatriz que muestre una piel más rosada. Aquella piel que resplandece con más fuerza con el sol y que te
recuerda que hay que estar felices de que brille hoy, porque eso significa que
algún día oscureció una parte de ti.
Hoy doy gracias porque, aunque no lo haya hecho de forma
directa, he dicho sin palabras y únicamente con miradas: “Perdona que te
moleste. Perdona que vaya a soltarte todo esto pero simplemente me siento
demasiado cómoda a tu lado.” Y cuando lo sueltas a escondidas, con miedo,
rápido por si tienes que retirarte antes de la gran caída, existe ese temor de
que no exista una retirada a tiempo. Pero hoy estabas tú, una de esas personas
que te hacen ver que andas por la vida como un vaso colmado de agua que, al
filo de la mesa, cuenta con las mismas posibilidades de caerse, derramarse y
romperse, como de tambalearse y que lo sostengan. Tú hoy fuiste esa mano, esa
conversación para estar agradecida no solo porque tú también te has abierto a
mí, sino porque has creado ese ambiente que me ha permitido abrirme a mí y
aprender pedacitos de mi interior que se escondían.
Porque eres una persona que inspira, porque nada más
despedirme de ti he empezado a escribir esto de camino a casa. Por eso siento
que hoy, al marcharme, la única forma que conozco de darte las gracias es esta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario