miércoles, 12 de julio de 2017

Perdona que te moleste

Titubeas, siempre hay un momento de duda. Lo piensas, cuentas en tu mente hasta tres y simplemente dejas que fluya. “Felicidades, lo has hecho.” –piensas- “Te has abierto a esa persona." A partir de ese momento los ritmos se aceleran esperando una respuesta (sabes que no todo el mundo puede comprenderlo, que no todo el mundo sabe o quiere hacerlo) pero no pierdes la esperanza de que esta persona sea una de las pocas elegidas, de aquellas que están dispuestas a volverse vulnerables para sostener por un tiempo parte de tu dolor y hacerlo todo más sencillo. Todo comienza de una forma insulsa y de repente los rumbos han cambiado, la brújula ha mostrado una guía nueva a la que te puedes agarrar. Desaparece el miedo: esa persona te hace sentir cómoda y válida; te hace sentir que quizás valió la pena esperar a que llegase ella.

Porque no nos engañemos, las conversaciones que sanan surgen con personas que alivian, miman y cuidan esas heridas a las que tú solo sabes echar sal. Es justo ese momento en el que te das cuenta de que quizás no tengas que hacerlo todo solo, que a veces está bien abrirse, dejar las heridas reposar y que, como heridas que son, duelan pero hagan algo más; avancen, vayan sanando poco a poco y acaben dejando una cicatriz que muestre una piel más rosada. Aquella piel que resplandece con más fuerza con el sol y que te recuerda que hay que estar felices de que brille hoy, porque eso significa que algún día oscureció una parte de ti.

Hoy doy gracias porque, aunque no lo haya hecho de forma directa, he dicho sin palabras y únicamente con miradas: “Perdona que te moleste. Perdona que vaya a soltarte todo esto pero simplemente me siento demasiado cómoda a tu lado.” Y cuando lo sueltas a escondidas, con miedo, rápido por si tienes que retirarte antes de la gran caída, existe ese temor de que no exista una retirada a tiempo. Pero hoy estabas tú, una de esas personas que te hacen ver que andas por la vida como un vaso colmado de agua que, al filo de la mesa, cuenta con las mismas posibilidades de caerse, derramarse y romperse, como de tambalearse y que lo sostengan. Tú hoy fuiste esa mano, esa conversación para estar agradecida no solo porque tú también te has abierto a mí, sino porque has creado ese ambiente que me ha permitido abrirme a mí y aprender pedacitos de mi interior que se escondían.


Porque eres una persona que inspira, porque nada más despedirme de ti he empezado a escribir esto de camino a casa. Por eso siento que hoy, al marcharme, la única forma que conozco de darte las gracias es esta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario